Dice nuestro diccionario que “verdad” es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Extraña definición, pues parece más bien, contra lo que asegura el diccionario, que sería el concepto que formamos en la mente lo que debería tender a conformarse con las cosas y no al revés.

Pero, quizá inadvertidamente, nuestro diccionario ha dado en la diana, pues la actividad intelectual del hombre en la práctica parece dirigirse más a acomodar las cosas a lo que piensa que a lo inverso.

Pues ¿qué son “las cosas”? No lo sabemos, sólo conocemos nuestra propia imagen de ellas, y no las cosas mismas. Pero, entonces, ¿no estaríamos siempre en posesión de la verdad, pues la imagen que tenemos de las cosas necesariamente coincidirá consigo misma?

Sin embargo no es así, porque nuestra imagen de las cosas no es un icono estático, sino una representación continuamente móvil, en continua revisión inducida por el perpetuo contraste entre nuestra propia conciencia y la imagen mediada socialmente que se nos enfrenta. La mentira no es, por consiguiente, sino una imagen inauténtica, impropia, ajena, inducida en nosotros mediante la imposición o el engaño. Y para depurar la mentira sólo contamos con el recurso a eso que llamamos razón.

Cada vez que se introduce en nuestra mente una mentira, hay un naufragio de la razón. Y muchos viven del expolio de los restos de esos naufragios. Sólo una crítica rigurosa de los discursos podrá mantenernos a flote.

viernes, 8 de octubre de 2010

Diario EL PAÍS. Editorial “La reforma es ahora” (08/10/2010)

El argumento que se desarrolla en este editorial de “El País” puede esquematizarse de la siguiente forma:
Premisa 1: El gasto en pensiones se duplicará en las próximas décadas.
Premisa 2: El número de cotizantes disminuirá en ese mismo periodo.
Conclusión A: El actual modelo de pensiones debe cambiar, pues con la regulación actual es financieramente insostenible (no hay equilibrio entre las salidas de fondos y las entradas de fondos).
Conclusión B: Con vistas al futuro hay que disminuir las salidas de fondos.
Conclusión C: Hay que ampliar el periodo de cómputo de la pensión y/o hay que retrasar la edad de jubilación.

De eso, que el editorial da por incontrovertible, se extrae la opinión que se recoge en el titular: hay que hacerlo de todas formas, así que hagámoslo cuanto antes.

La argumentación del editorialista de “El País” es falaz; en concreto utiliza la falacia conocida como “olvido de alternativas”. Y aún peor, pues, para empezar, la conclusión A no se deduce de las dos premisas; la premisa 1 establece que va a aumentar la salida de fondos; pero de la premisa 2 no se sigue que vayan a disminuir las entradas de fondos, como quiere el editorialista. Pues bien puede disminuir el número de cotizantes aumentando el volumen de ingresos; basta para ello con que las cuotas se incrementen: si 3 personas cotizan 200 cada una se obtienen 600, y si 2 personas cotizan 350 cada una se obtienen 700; es decir, más ingreso con menos cotizantes.

La alternativa que ha “olvidado” el editorialista es que no hay por qué, necesariamente, reducir las prestaciones de las pensiones (reduciendo su cuantía mediante el aumento del periodo de cómputo o reduciendo el periodo de percepción retrasando la edad en que se empiezan a percibir): queda aún abierta la vía al aumento de los ingresos. Y este aumento tampoco quedaría agotado por la opción de subir las cotizaciones sociales: podrían aumentarse los ingresos con cargo a los presupuestos del Estado (es decir, financiar el incremento de gasto en pensiones con impuestos u otros ingresos tributarios).

Contra la conclusión indefectible que el editorialista extrae de sus premisas, se presenta como único contraargumento el de los “partidos y sindicatos que entienden las condiciones actuales como derechos adquiridos, con independencia de la solvencia financiera del sistema de reparto”. Contraargumento que el editorialista se quita de encima de forma argumentativamente inaceptable: “de nada sirve el argumento”, pues se tendría que financiar “con más impuestos pagados por los trabajadores”. Y eso ya es, sencillamente, falso: ¿no hay ciudadanos no trabajadores que también pagan impuestos? ¿No podrían implantarse (o incrementarse) impuestos sobre las rentas y ganancias del capital?